El flujo de ingresos y el presupuesto anual del FMI están estrechamente vinculados al calendario de pagos de la Argentina, pero el crédito al país representa apenas 4,4% de la capacidad prestable del organismo
La Argentina es hoy, de lejos, el principal deudor del Fondo Monetario Internacional. El país representa actualmente el 43,3% de la cartera crediticia del organismo, con poco más de USD 44.000 millones desembolsados, sobre los USD 101.600 millones de la cartera total (las cifras exactas son 31.913,7 millones de Derechos Especiales de Giro, DEG, la unidad de cuenta del Fondo, contra una cartera total de 73.620,2 millones; al viernes 3 de enero, un DEG se valuaba en 1,38 dólares).
Las relaciones son aún más impresionantes si se mira el flujo de fondos comprometido por el país en virtud del acuerdo firmado en junio de 2018 y retocado meses más tarde , cuando el crédito original equivalente a USD 50.000 millones se aumentó a USD 57.000 millones: el calendario de pagos de la Argentina representa 23,5% de los ingresos de capital e intereses proyectados por el Fondo para 2020, el 40,7% para 2021, el 70,7% para 2022 y el 82,3% para 2023. A mediados del año pasado, el economista argentino Guillermo Calvo dijo al respecto ?Si la Argentina no le paga al FMI, el FMI se funde?.
La afirmación tiene cierto viso de verdad, en tanto el presupuesto anual del FMI se financia, precisamente, con el rendimiento de su cartera crediticia. Pero es también una exageración, en tanto el dinero desembolsado a la Argentina representa apenas 4,4% de la capacidad prestable del FMI, de un billón de dólares (esto es, un millón de millones de dólares, que en inglés se expresa como ?trillion?) y aproximadamente 6,6% del capital del organismo, de USD 661.000 millones, aumentado por última vez en 2016. La diferencia entre el capital y la capacidad prestable se cubre por acuerdos de préstamos de países como Japón, Estados Unidos y Alemania.
El calendario de pagos de la Argentina representa 23,5% de los ingresos de capital e intereses proyectados por el Fondo para 2020, el 40,7% para 2021, el 70,7% para 2022 y el 82,3% para 2023
Más allá de la afirmación de Calvo, algunos observadores interpretan, a la luz de un viejo dicho atribuido al célebre economista inglés John Keynes, que por ser un deudor tan importante la Argentina tiene un gran poder para imponer condiciones en la renegociación del pasivo con el FMI.
Se exagera un poco el argumento del leverage (palanca), advirtió sin embargo Héctor Torres, exrepresentante de la Argentina en el directorio del FMI, posición que ocupó varios años tras ser elegido por el exministro Roberto Lavagna. El FMI vive de los flujos de fondos del dinero que presta, así que el default de un deudor importante como la Argentina le puede generar algún problema presupuestario, pero es algo que puede absorber rápidamente.
De modo parecido se manifestó el economista argentino Claudio Loser, exdirector del Departamento Hemisferio Occidental del Fondo, quien dijo que las relaciones entre la deuda argentina y la cartera y el flujo de fondos del FMI son tan altas no solo porque el país recibió el crédito nominalmente más alto de la historia de la institución, sino también porque el programa con la Argentina es uno de los más recientes; los programas del FMI normalmente son de 3 a 5 años y esas relaciones van cambiando. La deuda del país . completó Loser, es un monto importante, pero que el Fondo puede absorber incluso si la Argentina no le pagara. No es que la institución va a temblar por eso.
Un segundo sentido en el cual se exagera la capacidad de presión de la Argentina como deudor, señaló Torres, es que se subestima el costo que tendría para el país defaultearle a un organismo internacional. Si se le defaultea al Fondo, se le defaultea a los otros 188 países que integran el organismo, en especial aquellos que más lo fondean, explicó desde Suiza el exfuncionario argentino, hoy miembro del Center for International Governance Innovation" (CIGI). Esos países son Estados Unidos, Japón, los más grandes de la Unión Europea y China, que son también los que, en virtud de eso, tienen mayor poder de voto en el directorio.
Si se le defaultea al Fondo, se le defaultea a los otros 188 países que integran el organismo, en especial aquellos que más lo fondean (Héctor Torres)
En los 75 años de historia del Fondo, recordó Torres, ningún país le hizo default a su Cuenta General de Recursos (en léxico del Fondo, GRA, General Resources Account), núcleo de la actividad crediticia del organismo. Los casos de moratoria prolongada son de países como Sudán y Somalía, cuyos créditos son de otro tipo. Un default violaría el principio de burden sharing (costos compartidos) en el que se sustenta el organismo: los países que ponen más recursos de los que toman lo hacen a tasas muy bajas, y los que toman más de lo que aportan, pagan una tasa un poco superior a la que reciben los aportantes netos, pero mucho más baja que la de mercado.
Antecedente de riesgo de default
La Argentina tuvo una situación de causidefault con el Fondo en abril de 2004; debía afrontar una cuota de un crédito del organismo. Como el pago superaba el 25% de las reservas del BCRA, Economía quería que la gerencia del FMI dijera públicamente que recomendaba al directorio aprobar un desembolso de 3.000 millones días después, pero la entonces subgerenta, Anne Krueger, se rehusaba. Finalmente, el Fondo cedió al pedido argentino y la situación se pudo salvar.
Como el pago en 2004 superaba el 25% de las reservas del BCRA, Economía quería que la gerencia del FMI dijera públicamente que recomendaba al directorio aprobar un desembolso de 3.000 millones días después, pero la entonces subgerenta, Anne Krueger, se rehusaba
Yo creo que el principal leverage de la Argentina es el daño a la reputación del Fondo, porque fue un programa en el que se cumplieron todas las metas, pero ninguno de los objetivos, dijo Torres. El programa estaba diseñado sobre el supuesto de que Mauricio Macri ganaría la reelección, los mercados celebrarían y de inmediato se negociaría un nuevo programa, porque el calendario de vencimientos era imposible de cumplir. Fue una apuesta política muy grande, basada en la relación de Macri con Trump.
En general creemos que el FMI impone programas, pero en este caso fue más bien lo contrario; el Tesoro de Estados Unidos presionó mucho en el directorio y Christine Lagarde apoyó esa decisión porque quería lograr de Estados Unidos un aumento del capital del FMI, que todavía no se logró, prosiguió Torres.
De cara a la negociación con la Argentina, "el Fondo no puede, ni legal ni técnicamente, prorrogar los intereses, resaltó Loser.
El Fondo no prorroga nada. Hay nuevos créditos, coincidió Torrres. Lo más factible es un nuevo acuerdo, en el que los desembolsos coincidan con los pagos que la Argentina debe afrontar del negociado en 2018.
Los pagos, según la última planilla publicada por el FMI, indican vencimientos por capital e intereses de 1.941 millones de dólares en 2020; 5.908 millones en 2021, 20.171 milones en 2022 y 23.237 millones en 2023. El peso de esos compromisos escala velozmente: en 2020 equivalen a 2,4% de las exportaciones, 0,4% del PBI y 3,1% de las reservas internacionales de la Argentina, pero llegan a 23% de las exportaciones, 3,5% del PBI y 27% de las reservas proyectadas para 2022 y suben aún un poco más en 2023.
Lo más factible es un nuevo acuerdo, en el que los desembolsos coincidan con los pagos que la Argentina debe afrontar del negociado en 2018 (Torres)
Sin embargo, dijo Loser, conocedor de comentarios que el ex jefe de la misión argentina, el italiano Roberto Cardarelli, hizo en algunos círculos de Washington y Wall Street, al Fondo le preocupa más el acuerdo de la Argentina con los acreedores privados. Si eso se resuelve, piensan en el organismo, lo demás se puede acomodar.
"¿Es posible negociar en tres meses? Sí, pero todavía no empezaron. El Gobierno ya renunció al remanente del programa (unos 13.000 millones hasta 2021), tal vez fue un gesto más político, pero ese dinero podría usarse como lending into arrears durante la negociación con los privados, dijo Torres. La expresión. que también figura en el diccionario del Fondo, se refiere a un margen que se da para evitar que una mora circunstancial se convierta en un default con todas las letras.
Estuve dos veces en el FMI el último año. Están muy dispuestos a renegociar con la Argentina. Incluso un acuerdo con metas fiscales más laxas de lo que indica la ley de Emergencia Económica, señaló Torres. Las principales dudas no tienen que ver con el Fondo en sí, sino con algunas dudas y reservas del gobierno de Donald Trump sobre la orientación de la política exterior argentina, resaltadas en un reciente artículo de la agencia Bloomberg. En el Fondo son sofisticados, completó Torres, tienen la piel dura para las críticas e interpretan que el gobierno de Alberto Fernández sigue el consejo de Perón sobre la conveniencia de guiñar a la izquierda antes de girar a la derecha. Los trumpianos, en cambio, tienen la piel fina y se desconciertan ante esas sutilezas.
Mientras, la misión para la Argentina, ahora encabezada por el venezolano, Luis Cubeddu, se alista para viajar a Buenos Aires en la primera mitad de enero. Cubeddu conoce bien el país; estuvo destinado en Buenos Aires entre 2003 y 2004, cuando el organismo negoció el único acuerdo que tuvo con el kirchnerismo. En agosto pasado publicó, junto al argentino Gustavo Adler y la economista jefe del Fondo, la india Gita Gopinath, un paper que destaca la cada vez menor efectividad de las devaluaciones para mejorar la balanza comercial de un país.
La luz de la historia
Cliente reiterado y prolongado del FMI, la Argentina obtuvo en 2018 el crédito nominal más alto otorgado en la historia del organismo. Las comparaciones, sin embargo, deben tomarse con pinzas. En su primer cuarto de siglo, el Fondo fue protagonista casi excluyente del mercado de crédito internacional. Su rol empezó a empequeñecerse en los 70s, con el desarrollo del mercado de eurodólares (grandes préstamos en dólares concedidos por bancos ubicados fuera de los Estados Unidos) y la abundancia de petrodólares (excedentes de los países petroleros, reciclados a través de la banca internacional). El desarrollo del mercado mundial de capitales y la securitisación del crédito, que tuvo un impulso decisivo con los bonos Brady, achicó aún más el peso del Fondo en su papel específico de financista.
Los cada vez mayores paquetes crediticios a partir de la crisis del Tequila en México y los sucesivos en varios países del sudeste asiático, luego Rusia. Turquía. Grecia y algunos más hasta llegar al acuerdo de 2018 con la Argentina no parecen tan grandes en relación al tamaño de la economía mundial, como los rescates que el Fondo hizo de Inglaterra en la década del 50 (crisis del Canal de Suez) y 60s, la crisis del oro a fines de los 60s y la conjunción de la crisis petrolera y la crisis de la libra esterlina a mediados de los 70s, seguida a principios de los 80s por la crisis de la deuda latinoamericana.
Los cada vez mayores paquetes crediticios a partir de la crisis del Tequila en México y los sucesivos en varios países del sudeste asiático, luego Rusia. Turquía. Grecia y algunos más hasta llegar al acuerdo de 2018 con la Argentina no parecen tan grandes en relación al tamaño de la economía mundial
En relación al volumen del comercio mundial, tomada como proxy del PBI y los flujos financieros mundiales, precisa un trabajo de James Boughton, hasta 2001 historiador oficial del FMI, las crisis que involucraron a Inglaterra implicaron un mayor protagonismo relativo del Fondo como prestamista. Cuando el entonces director gerente, Michel Camdessus, dijo que el efecto Tequila había sido la primera crisis del siglo XXI, Boughton se remontó a la crisis del Canal de Suez para mensurar el peso crediticio del Fondo a lo largo de los años, como ilustra el gráfico adjunto.
De hecho, precisó Loser, el Annual Report del FMI de 1977 precisa que el crédito concedido en 1976 a Inglaterra equivalió al 5,5% de la capacidad crediticia del organismo, cifra que supera el crédito de 2018 que usó hasta ahora la Argentina.
El propio Boughton, sin embargo, cree que la comparación más apropiada para el caso argentino, tanto por razones cualitativas como cuantitativas, es Rusia 1997/98. Contactado por Infobae, el historiador respondió por escrito y destacó tres similitudes:
1. Si bien hacia agosto 1998 los desembolsos a Rusia equivalían a 20% de la cartera del Fondo, una porción bastante inferior a lo que actualmente representa la Argentina, era una exposición peligrosamente alta en ese momento, porque las perspectivas económicas y políticas de Rusia eran muy inciertas; la situación se salvó porque la economía rusa rebotó fuertemente luego de la crisis, gracias principalmente al aumento de los precios petroleros. Así, en pocos años, Rusia se convirtió en un acreedor del Fondo y nunca volvió a pedirle prestado;
2."Tanto la Argentina como Rusia han sido países que incumplieron repetidamente las reformas negociadas. Eso significó que los riesgos de continuarles prestando han sido altos en relación a otros países con grandes paquetes de ayuda; y
3."Los préstamos del Fondo fueron urgidos por grandes acreedores del Fondo; el G7 en el caso de Rusia, y Estados Unidos en el caso de la Argentina; en otras palabras, los préstamos fueron más guiados por consideraciones geopolíticas que por análisis financieros o de política económica.
Tanto en el caso ruso de 1998 como en el argentino actual, señaló James Boughto, exfuncionario e historiador oficial del FMI, los préstamos del Fondo fueron urgidos por grandes acreedores del organismo: el G7 en el caso de Rusia, y Estados Unidos en el caso de la Argentina; en otras palabras, fueron más guiados por consideraciones geopolíticas que por análisis financieros
A diferencia de los casos argentino y ruso, destacó Boughton, la ayuda financiera del Fondo a Gran Bretaña en 1976 fue menos relevante porque nadie estaba preocupado por la posibilidad de default; era verdaderamente una crisis de liquidez, similar a los créditos a México, Corea del Sur y Grecia, en los cuales los fundamentos económicos eran lo suficientemente estables como para no preocuparse por riesgos crediticios de largo plazo.
Con su conocimiento de ex funcionario e historiador, James Boughton dijo a Infobae: "ser un gran deudor no da a ningún país mucho leverage con el Fondo. Lo más importante es la fortaleza de las relaciones del país deudor con los grandes acreedores del FMI. Así lo dijo: Si los Estados Unidos o los miembros de la Unión Europea fueran indiferentes a los pedidos de ayuda de un país, éste tendría muy pocos elementos con que negociar, no importa cual fuera su posición financiera ante el Fondo, simplemente porque estar al día con el FMI es esencial para cualquier país endeudado que quiera acceder a los mercados internacionales.
Rusia tuvo poder negociador en los 90s porque todos sabían que el G7 estaba desesperado por evitar que recayera en el comunismo o en el ultranacionalismo, no porque alguien estuviera preocupado en las consecuencias de un default.
Estigma
Hay, sin embargo, una constante: el auxilio crediticio y los programas del Fondo Monetario Internacional como estigma de los gobiernos y países que recurren a él. De hecho, la crisis de la libra en 1976 y la humillante intervención del FMI, que implicó, por caso, los primeros recortes al Estado de Bienestar británico, marcó al laborismo y fue el inicio del camino que condujo, en 1979, a la victoria electoral de Margaret Thatcher.
Otra observación, algo contraintuitiva, es que la dependencia del Fondo de los pagos que la Argentina debe hacer en los próximos años es la antítesis de lo que es más peligroso para el presupuesto y la operatividad del FMI: la calma financiera.
En lo que va del siglo XXI, los peores años del organismo fueron los transcurridos entre fines de 2005 y 2008, cuando después de la cancelación de los créditos de Brasil, la Argentina y Turquía, la cartera del Fondo se achicó y comprimió su presupuesto operativo.
A fines de 2008, sin embargo, la crisis de las hipotecas y las dificultades de los PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia y España) volvieron a revitalizar el presupuesto, la funcionalidad y el sentido de ?misión? del Fondo, cuyo negocio son, precisamente, las crisis.