El regreso de Keynes: ¿el regreso de Keynes?
1. John Maynard Keynes y su regreso en las crisis
Tal como suele suceder de modo recurrente con cada nueva crisis, los detractores de la economía de mercado (en general con claros déficits de formación al respecto) y partidarios de la intervención violenta del Estado, salen a reclamar por el regreso a las enseñanzas de John Maynard Keynes.
Sin embargo, dichas voces no suelen ser muy claras y específicas sobre que parte de la obra del inglés de Cambridge, un tema no menor al tratarse de alguien tan versátil, cuyas obras completas acumulan cerca de treinta tomos y en especial porque una parte de la misma se va de patadas con otras apreciaciones del autor en distintos momentos del tiempo.
De hecho, Keynes, ante las críticas por la volatilidad en su pensamiento, solía justificarse en que si las circunstancias cambiaban sería una tontería seguir pensando lo mismo. Pensamiento que si bien no consta en la obra escrita de Keynes, surge de una versión taquigráfica de un debate con Robbins sobre el libre comercio y que es consistente con lo que era su personalidad (al menos en las visiones de Churchill y Hayek).
Reflexiones grotescas
De todos modos, más allá de lo anteriormente señalado, resulta fácil de inferir que la mención es sobre su texto más popular, la “Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero”, libro que, por cierto, la gran mayoría de las personas en cuestión suelen citar sin haberlo leído siquiera una sola vez en la vida y que sus reflexiones están mucho más ligadas a las caricaturas más grotescas y ridículas sobre Keynes, como ser el caso del modelo renta-gasto, para el cual, la familia de modelos desarrollados por Hicks, Hansen, Modigliani y Patinkin, aún dentro de sus fundamentaciones más precámbricas (la cruz keynesiana), parecieran obras inalcanzables.
Por último, casi que está de más decir que los aportes neokeynesianos con modelos microfundamentados y expectativas racionales para justificar imperfecciones en los mercados de bienes, de trabajo, de crédito y fallos de coordinación son parte de un menú que no ganará un lugar en el debate público ni por asomo.
Sin embargo, más allá de la poca calidad que suele mostrar el debate al respecto, son las crisis de muchísimo valor, al menos para volver a revivir el debate y revisar las contribuciones de un conjunto de autores cuyas obras deberían ser ineludibles. Por ende, en función de ello, resulta de interés revisar los aspectos salientes de “la teoría general” de Keynes y lo que ella implica en términos de política económica.
2. Marco analítico del debate al publicarse “la teoría general”
Henry Hazlitt, en su libro “Los errores de la nueva economía”, en el cual realiza una crítica pormenorizada de “la teoría general” de Keynes, señala que en la obra, todo lo que es bueno es robado y todo lo que es nuevo está mal.
Es más, el propio Hayek en distintas entrevistas dejó de manifiesto los déficits de formación del británico en teoría monetaria, quien además, cuya única formación en economía constaba de un curso con Alfred Marshall en Cambridge. Es más, el austríaco, luego de despedazar académicamente el “Tratado sobre el dinero” de Keynes, consideró que ni siquiera valía la pena criticar a un libro de tan mala calidad, sumado al hecho de que seguro al momento de terminar la revisión, John Maynard habría cambiado de opinión.
Para desgracia de toda la humanidad, el libro fue un éxito y dados los trabajos de Hicks y Hansen, el keynesianismo se convirtió en el “sustento” para la política económica, lo cual daba una pátina intelectual a los deseos más oscuros de políticos totalitarios (no olvidar el apoyo de Keynes a Mussolini, Hitler y el régimen soviético), mesiánicos, ladrones y corruptos.
La tasa de interés en Keynes
Más allá de las críticas mencionadas, para comprender lo realizado por Keynes en la “teoría general” resulta clave comprender el marco analítico que intenta desplazar. En este sentido, las Escuelas dominantes de aquel momento, esto es, la Austríaca, la Sueca y la de Cambridge Inglaterra (donde por ej. se encuentra el tratado sobre el dinero del propio Keynes) tenían como base analítica el esquema ahorro-inversión que había desarrollado Wicksell.
Así, la interacción entre ahorro (consumo futuro) e inversión (producción futura) determinan la tasa de interés natural, esto es, el precio relativo de los bienes presentes en términos de precios de los bienes futuros, por lo que la tasa de interés representa un mecanismo de coordinación intertemporal.
Por ello, cuando la tasa de interés sube, los bienes presentes son más caros relativamente que los bienes futuros y los individuos sustituyen consumo presente por consumo en el futuro, esto es, cuando la tasa de interés sube el ahorro aumenta. En paralelo, cuando la tasa de interés baja, los bienes futuros están mejorando su precio respecto a los bienes presentes, por lo que a las empresas les conviene trasladar producción del presente al futuro, es decir, aumenta la inversión.
Por otra parte, en el mercado monetario se determina el poder adquisitivo del dinero-inverso del nivel de precios, por lo que cuando se produce un exceso de oferta de dinero, ya sea por aumento de la oferta, caída de la demanda o ambas situaciones a la vez, el poder adquisitivo del dinero cae, lo cual implica que el nivel de precios sube.
Finalmente, cuando la tasa de interés se encontraba por debajo (encima) del equilibrio, se presentaba un exceso de demanda (oferta) en el mercado de bienes que implicaba la presencia de exceso de oferta (demanda) de dinero, por lo cual el nivel de precios subía (bajaba).
3. La “teoría general” dinamita el debate
Más allá de la pésima calidad teórica de la “teoría general”, no deja de ser la obra de un genio.
Un genio del mal, aunque ello no quita su genialidad. Esto que, a primera vista, pareciera una contradicción, cuando se analiza la estructura matemática de los modelos a la Wicksell y lo realizado por Keynes, a la luz de sus objetivos, no puede generar menos que admiración.
El libro arranca mal desde el inicio. Petulantemente se autoproclama teoría general y que contiene al análisis económico previo como un caso particular del nuevo marco analítico. Sin embargo, dicho argumento es falso. Concretamente, la “teoría general” presenta un modelo de un solo período (macroeconomía del trabajo acorde a como lo define Garrison) que difícilmente podría ser el caso general de una economía del tipo intertemporal-muchos períodos (macroeconomía del capital acorde a Garrison). Por lo tanto, en el mejor de los casos, la “teoría general” representa un caso especial dentro de un período inmerso en una corriente intertemporal y que si el modelo de la “teoría general” contemplara una estructura más rica en términos de un estructura de equilibrio general (mayor cantidad de bienes) intertemporal (un número de períodos de tiempo mayor) y las implicancias sobre las libertades individuales quedaría más claro los daños asociados al aplicar el manual de la violencia intervencionista.
Habiendo dejado en claro que la obra en cuestión, más allá de su perfil liberticida, no constituye un marco general, el análisis de su valor como teoría debería enfocarse en la base de su estructura analítica para estudiar el corto plazo.
Ahorro, consumo presente y consumo futuro
En este sentido, el primer embate de Keynes consta en la destrucción de la función de ahorro, esto es, el consumo futuro. Para ello, construye una función de consumo basada en el ingreso presente y desestima la restricción presupuestaria intertemporal donde el valor presente del consumo no debe superar al valor presente de los ingresos netos del endeudamiento neto.
Al mismo tiempo, dado su déficit de formación en economía y la influencia del curso de Marshall, Keynes “comete” el error de utilizar una función de equilibrio parcial en un marco de equilibrio general. Esto es, en equilibrio general las funciones de exceso de demanda depende de los precios relativos y nunca aparece el ingreso, ya que el mismo surge de las decisiones tomadas en términos de venta/alquiler de factores y participación en los resultados de las firmas.
El "multiplicador" de la economía
Sin embargo, dicho error teórico no es una mera cuestión estética en la mente de los economistas, ya que el mismo le permite derivar la monstruosidad que se conoce como multiplicador (desarrollado originalmente por Kahn). El artilugio en cuestión permite que estipulando al consumo como una función lineal del ingreso y siendo el ingreso igual a la suma de consumo más inversión (demanda agregada) sea posible escribir al ingreso como un múltiplo (el multiplicador) de la inversión, que si bien podría ser tomado como una foto en un momento del tiempo, su utilización en la fundamentación de que un aumento exógeno de la inversión hará aumentar el PIB en “k” veces, implica violar la restricción de presupuesto. Esto es, el ingreso crece por acumulación de factores productivos y no por aumentar la demanda agregada como por arte de magia.
En paralelo, el supuesto de la inversión exógena, esto es, la idea de los “animal spirits”, hace que en el mercado de bienes no se determine la tasa de interés sino el ingreso, mientras que el ahorro es un mero residuo derivado del ingreso no consumido. Por lo tanto, el modelo deja de ser intertemporal y pasa a ser uno de corto plazo.
Una vez determinado el ingreso en el mercado de bienes, Keynes pasa a determinar la demanda de trabajo como una función del ingreso, mientras que dada la función de oferta de trabajo en línea con las preferencias de los individuos, en el mercado de trabajo se determina el salario nominal.
Por otra parte, dado que Keynes procede a determinar la tasa de interés en el mercado monetario fruto de haber determinado el ingreso en el mercado de bines, la determinación del nivel de precios se determina como un margen de ganancias sobre el costo laboral, lo cual implica otra aberración teórica que implica no sólo desconocer la teoría subjetiva del valor sino que lleva a la ridiculez de determinar los precios a partir de los costos (una suerte de regreso a la teoría del valor trabajo a la que Keynes rinde culto en su libro).
Por lo tanto, en función de todo lo anterior, se destruye la estructura intertemporal, se determina el PIB en el mercado de bienes violentado la restricción presupuestaria.
Dado el ingreso, se deriva la demanda de trabajo que al cruzarse en el mercado laboral con la oferta de trabajo determinan el salario nominal. A su vez, con ello se pasa a determinar el nivel de precios como un mark-up sobre el costo laboral. Y por último, de manera totalmente descolgada del sistema se determina la tasa de interés nominal en el mercado de dinero, cuyo vínculo con el sistema es recuperado vía una función de demanda de dinero que depende del ingreso.
Una teoría que enamora a los políticos
Un sistema aberrante desde el punto de vista de la teoría económica. Una genialidad matemática para desarrollar un nuevo sistema que haga del derroche una virtud y del ahorro un comportamiento de lo más cuestionable. Esto es, el derroche fiscal estimula la demanda agregada, lo cual impulsa la demanda de trabajo y según el tramo de la oferta de trabajo habrá distintos impactos en precios (nulos en depresión, medios con desempleo y total en el caso de pleno empleo). A su vez, en función del impacto de las políticas en el PIB ello afectará a la demanda de dinero y por esa vía a la tasa de interés.
Naturalmente, si las funciones de consumo y de inversión incorporaran como argumento a la tasa de interés, el mecanismo también podría ser impulsado por aumentos de la oferta de dinero que desembocaran en reducciones de la tasa de interés nominal, salvo que la demanda de dinero mostrara una preferencia absoluta por la liquidez (caso que el propio Keynes consideraba exagerado y extremo) haciendo que la política monetaria se volviera inefectiva dentro de dicho modelo y que toda la carga de la recuperación se sostendría en una política fiscal.
Es más, el modelo presenta un fuerte atractivo para los políticos ya que todo lo bueno en el modelo deviene del despilfarro fiscal y todo lo malo, como ser la inflación, es responsabilidad de la codicia de trabajadores y capitalistas.
4. Keynes, Covid-19 y Argentina
Si uno se parara a fines del año 2019, salvo los países del inframundo económico, la gran mayoría de los países del planeta tierra atravesaban una expansión económica sin inflación, lo cual estaba en línea con lo que Keynes llamaba el caso clásico y no ameritaba meter la garra visible del Estado.
Sin embargo, la tranquilidad llegaría a su fin de la mano del Covid-19 , el cual, dado su velocidad de contagio, impulsó a muchos países a imponer el confinamiento obligatorio de sus habitantes generando una retracción transitoria en la oferta de trabajo, por lo que en principio subirían los salarios y caería el nivel de empleo en conjunción con una caída del producto y una suba del nivel de precios.
Sin embargo, la caída del ingreso también impactaría en la demanda (efecto asociado a los que no trabajan) de bienes y trabajo, lo que al final de la historia dejaría precios y salarios constantes pero con menor nivel de actividad y empelo.
La pregunta central
Por lo tanto, frente a esta nueva situación ¿es recomendable el programa de estímulo de la demanda de bienes keynesiana?
La respuesta, evidentemente es no.
Por un lado porque la mayor parte de la caída de la producción se debe a la decisión Estatal de encerrar a las personas en sus casas.
Por otro lado, la economía se retrae asociada a la reducción de trabajadores en el mercado laboral, por lo que si a la contracción de la oferta se le suma un estímulo de demanda habrá presiones en el nivel de precios sin que haya una mejora en el nivel de actividad y empleo.
En definitiva, aún bajo la lógica del modelo de la “teoría general” la respuesta consiste en elegir una estrategia que minimice la salida de personas del mercado laboral, evitando el esquema de una cuarentena cavernícola que, en el límite, minimice las muertes por coronavirus pero que termine asesinando a toda la población por hacer nula la producción.
A su vez, si bien la “teoría general” fue desarrollada para el caso de una economía cerrada, si se pensara para el caso de una economía abierta, no sería un salto heróico postular que un país se podría endeudar o emitir dinero para sostener a los confinados, cuya contraparte sería un déficit de cuenta corriente.
El caso argentino
Finalmente, tenemos el caso argentino, donde la Organización Mundial de la Salud ha felicitado al país por haber impulsado el esquema de cuarentena más cavernícola de todo el planeta tierra.
El problema del modelo en cuestión es que si bien cuida al máximo la salud, también produce el mayor daño en la economía, a punto tal que el Gobierno por “supuestamente” salvar 100.000 vidas humanas, en el límite asesinaría a 45 millones de personas por dejarlas sin posibilidad alguna de consumo frente al colapso de la producción.
A su vez, dado el pésimo historial crediticio del país y al verse a las puertas de un nuevo default no podría dar sustento a los confinados por la vía del endeudamiento externo (déficit de cuenta corriente por el financiamiento al fisco).
Por otra parte, tampoco podría aplicar una política monetaria expansiva para financiar el mayor gasto, ya que si se contrae la oferta de bienes y se vía emisión se estimula la demanda el resultado sería un aumento del nivel de precios grosero.
Por lo tanto, aplicar el manual keynesiano en el caso argentino es como intentar apagar un incendio con un lanzallamas.
Esto es, si aún bajo el inconsistente marco analítico de la “teoría general” no es recomendable su aplicación en el caso argentino, a uno le debería quedar claro la enorme peligrosidad de dichas políticas en modelos que tienen como base fundamental su consistencia analítica en toda su estructura.