Incertidumbre, inestabilidad y crisis permanente
La economía argentina presenta profundos desequilibrios tanto en su esfera real como en la monetaria. El contexto en el que se desenvuelve la realidad no podría ser peor, ausencia de mercado de capitales, exceso de regulaciones, impuestos y normas excesivas sobre la actividad privada, un shock externo que ha impactado en el mundo de manera catastrófica y un desmanejo monetario y cambiario que está lejos de alcanzar algún grado de estabilidad.
Esta suma de efectos endógenos y exógenos nos coloca frente a un colapso del PBI que, siendo optimista, será dos o tres veces peor de lo que observaremos en la economía mundial.
Bajo este contexto, caracterizado por severas restricciones, la respuesta del Gobierno ha sido intentar estimular a la demanda, cuando no contaba con las herramientas para poder hacerlo, agravando aún más la situación. La falta de financiamiento ha determinado que para poder sostener el alto nivel de gasto se ha tenido que recurrir al financiamiento monetario directo esterilizando la expansión mediante instrumentos remunerados como las Leliq y Pases. La historia monetaria de nuestro país nos muestra que, en contextos inestables de demanda de dinero, este tipo de acciones terminan de la peor manera.
La suma de factores externos y la impericia de quienes tienen la responsabilidad de tomar decisiones de gobierno nos están colocando en el inicio de una crisis sin precedentes en la historia económica argentina.
Dejando de lado la economía real, el problema monetario se manifiesta en forma creciente. En el último año, los pasivos monetarios totales (base monetaria, Leliq y Pases) han crecido un 83% generando un exceso de oferta monetaria que la cuarentena y las restricciones económicas han mantenido ocultas hasta ahora. El sobrante monetario queda en evidencia cuando comparamos los pasivos monetarios con las reservas del BCRA.
Una lectura incorrecta del balance de la autoridad monetaria sería considerar los 40.000 millones consignados en su contabilidad. Las reservas que cuentan son aquellas con las que la institución puede utilizar para estabilizar al mercado cambiario. Tomando en cuenta el nivel de reservas liquidas de libre disponibilidad, podemos verificar la gravedad del problema que enfrentamos, dado que se encuentran en valores cercanos a cero. Frente a esto resulta más que evidente el pánico en el mercado cambiario.
Tomando como base las reservas en oro, el tipo de cambio de conversión, es decir, el que permitiría rescatar toda la base monetaria, alcanza los 616 pesos por dólar. Este precio de referencia, que no es de mercado, y el que surge calculándolo contra otros agregados monetarios, determina, junto al nulo poder de fuego del BCRA, que resulte imposible poner un ancla sobre las expectativas de devaluación.
Bajo estas circunstancias resulta casi imposible iniciar cualquier intento de estabilizar la economía. El Gobierno se enfrenta entonces, a un dilema de extrema gravedad donde todos los caminos a seguir implican altos costos.
Sin reservas no es posible anclar expectativas por lo que un sistema de estabilización basado en tipo de cambio fijo y cepo resultará en una nueva catástrofe ampliando la brecha de manera insostenible. La devaluación necesaria para garantizar que el banco central pueda volver a reconstruir sus reservas sería tan alta que deberíamos pasar por un fogonazo inflacionario cuyos efectos sobre la economía real profundizarían la recesión actual. Bajo el supuesto caso de que el BCRA dispusiera expropiar los encajes de los depósitos en moneda extranjera y canjearlos por bonos, se iniciaría, sin dudas, un episodio de pánico bancario donde los agentes correrían contra los agregados monetarios más amplios iniciando el ajuste de mercado de manera desordenada y más cruenta. A modo de ejemplo los tipos de cambio de conversión de este escenario implicarían devaluaciones comprendidas entre el 200% y el 500% en relación al tipo de cambio oficial.
Por otro lado, un plan de estabilización basado en el control de los agregados monetarios chocaría con fuertes problemas de credibilidad, debido al impacto de la dominancia fiscal por carecer, el sector público, de otras fuentes de financiamiento del gasto.
Frente a las restricciones actuales, queda claro que la aplicación de cualquier plan de estabilización en las circunstancias presentes, resulta imposible o muy riesgoso de aplicar.
El único camino racional que le queda al Gobierno es sincerar las variables monetarias dejando flotar el tipo de cambio mediante la desarticulación del cepo y de los controles sobre el sistema de precios. Este camino doloroso determinará una aceleración inflacionaria que permitirá la licuación del excedente monetario permitiendo en dicho sendero poder recuperar algo de reservas internacionales al convalidarse un tipo de cambio real muy alto.
Anclar las expectativas constituye un problema central en cualquier estrategia de estabilización, por lo que, para poder estabilizar, con bases serias resulta crucial contar con un nivel de reservas aceptables y desligar al banco central de su rol dominado por la política fiscal.
En este camino la aceleración inflacionaria podría ser una herramienta necesaria para poder licuar gasto público e iniciar un proceso de desregulación y baja de impuestos en Argentina que permita al sector privado poder recuperarse.
Cualquier intento estabilizador que no haya limpiado el excedente monetario estará condenado a fracasar y a profundizar el desequilibrio actual sumando más incertidumbre y desconcierto.