El ajuste lo necesita Argentina, no el FMI
Como tantas otras veces en la historia de la Argentina, cuando toca corregir los severos desequilibrios económicos que derivan en procesos de vertiginosa aceleración inflacionaria, con peligro de fuertes devaluaciones y corridas, si no se actúa en consecuencia; la solución que se ensaya es lograr un acuerdo que suponga un salvavidas con el FMI.
Se prometen compromisos para corregir los desajustes que básicamente pasan por bajar el gasto y subir los impuestos, por si no se logran reducir las erogaciones del Estado.
Una vez más, en estos días, políticos, economistas y periodistas se sumergen en la agenda de lo que supuestamente "exige" el Fondo Monetario Internacional para prestar su colaboración. Como si para recomponer la confianza de los actores económicos en la Argentina, se debiera cumplir con los ya famosos "condicionamientos" de Washington.
La verdad es que los dramas de la economía argentina y la persistente desconfianza que devalúa la moneda y acelera la inflación no tiene nada que ver con si hay o no hay un acuerdo con el FMI, en el mejor de los casos para refinanciar el cronograma de pagos por los acuerdos con la administración Mauricio Macri que se concentran en 2022 y 2023.
El problema de la Argentina no es el FMI, es la inflación. Tiene que ver con el gigantismo estatal, con un gasto público cada vez mayor que no se puede financiar. A los históricos quebrantos del sector público en la Argentina, se agregó este año el súper gasto de la pandemia, combinado con el derrumbe de la recaudación.
Es evidente que la economía necesita un ajuste. No porque lo pida el FMI, es lo que necesita el país para que los argentinos dejemos de comprar dólares y empecemos a venderlos. Para que se produzca el círculo virtuoso del retorno de capitales, la inversión, mayor actividad y mayor empleo.
Es cierto que el FMI es uno de los tantos acreedores que tiene la Argentina, posiblemente el más relevante por su peso político. Y está claro que hay que renegociar un cronograma de pagos que no se puede cumplir sin crédito ni reservas.
Pero que el Fondo, si no le piden nada nuevo, firme el Paga Dios para adelante por lo que ya prestó no asegura que se recomponga la confianza, si de verdad no se ajustan los desequilibrios cada vez más profundos entre los gastos y los ingresos.
Ya ocurrió en la renegociación de la deuda con los acreedores privados. Se evitó el default, pero la emisión de pesos nunca frenó y la corrida contra la moneda y los bonos argentinos vino igual. Cuidado: si no se hubiera evitado el default, ni siquiera ahora el equipo económico podría estar frenando la fuerte presión devaluatoria con el festival de bonos.
En todo caso, la llegada una vez más del FMI a la vida económica de la Argentina vuelve a colocar al país en la disyuntiva de siempre: el ajuste, ¿se hará por las buenas o por las malas? Dicho de otro modo, con el FMI o sin el FMI, ¿Argentina va a lograr ponerse de acuerdo en cómo hacer su inevitable ajuste bajando el gasto improductivo, o como siempre todo se resolverá con fogonazos inflacionarios, una o varias devaluaciones mediante?
El ministro Martín Guzmán experimenta en estas horas las clásicas presiones de la política a la economía, cada vez que hay que encarar un ajuste. Su mensaje es el mismo de tantos otros ministros en el pasado: aceptar el recorte de gastos y subsidios, o enfrentarse al precipicio del dólar a $ 200 o a $ 300. Tiene la ventaja Guzmán que ya sus jefes experimentaron el peligro, cuando el contado con liquidación hace 15 días llegó a $ 185.
Mientras se presentan con verdades a medias los mil y un relatos de la historia de la Argentina con la deuda y el FMI, lo único que vale para los mercados y para los que toman decisiones económicas son ahora tres preguntas: Cuánto recauda el Gobierno, cuánto gasta, y cuánta emisión habrá que realizar para cubrir el déficit. Todo lo demás es "sarasa", como bien va comprendiendo Guzmán.
Compensar el ajuste con marketing político para los sectores de izquierda en la coalición oficialista tampoco contribuye a las necesidades de Guzmán y la economía en general. En esa línea hay que comprender la aceleración en el tratamiento del impuesto que promueve Máximo Kirchner, supuestamente contra las grandes fortunas. Una iniciativa que además de penalizar con doble imposición el ahorro, el mérito y el esfuerzo; tiene la particularidad esta vez de castigar también la producción y el trabajo. Y sobre todo castiga a la decencia, al que tiene todo declarado y trabaja en blanco.
Ciertamente el impuesto que promueve Máximo junto a Carlos Heller no contribuye a generar confianza para que regresen o aparezcan inversiones. Cuanto más se invierte y más éxito se tiene, más se paga. Incorpora además la tan desactualizada teoría de que se genera igualdad y progreso, quitándole al supuesto rico para darle al supuesto pobre. Como si el crecimiento económico fuera un juego de suma cero.
Mirando los desajustes de la economía argentina, francamente el impuesto de Máximo ya es lo de menos. Con 13 años de inflación creciente y consecutiva, con el nivel de déficit fiscal que tiene la Argentina sin lograr reducirlo, con el sistema jubilatorio quebrado que aporta cuatro o cinco puntos a ese déficit fiscal con fórmula o sin fórmula que incluya la inflación, el desafío por delante es gigantesco. Mucho más que lograr otra bicicleta con el FMI para refinanciar la deuda.