Argentina ante el dilema pospandemia: Plan de ajuste o Plan industrial
La coyuntura argentina está dominada por una agenda financiera y presupuestaria pos negociación con acreedores privados y actual con el FMI, lo cual en caso de redondearse un acuerdo satisfactorio despejaría los horizontes para empezar a recorrer un camino de crecimiento. Sin embargo, este recorrido para ser sostenible en el tiempo debiera contemplar un consistente desarrollo industrial con equidad, atendiendo cuestiones territoriales postergadas hace tiempo.
Es decir, sin desconocer la importancia de la cuestión financiera que comanda el capitán del mejor equipo de Sacachispas del que se tenga memoria, hay otra deuda pendiente, la cual además de ser estratégica debe abordarse de manera inmediata. Se trata de la necesidad de definir el Plan que la Argentina debiera seguir para convertirse definitivamente en un país desarrollado y que no necesariamente es un plan de ajuste fiscal con control de emisión como plantean las corrientes principales u ortodoxas.
La primera paradoja que surge es notar que el concepto “Plan”, tan usado por los opinólogos mediáticos es en verdad contradictorio en boca de los economistas pro mercado ya que del viejo debate plan versus mercado, sabemos que los ortodoxos optan por el mercado (y no el Plan). Para ellos, el Plan Consistente ungido de la teoría económica dominante y sostenido por varios economistas televisivos puede resumirse en bajar gastos públicos y alentar los mecanismos auto reguladores de mercado. Estas “exigencias” constituyen justamente un “no plan”. Entonces, ¿cómo entender la frase: “el gobierno no tiene un Plan” repetida hasta el hartazgo en medios económicos y políticos, frase que, en ocasiones se complementa con el tic nervioso: “eso hacen los países serios”? ¿No es raro que, justamente, el plan es no hacer plan? ¿No es esto un oxímoron? Asumiendo, que la intención discursiva es encaminar la economía hacia una senda consistente con la lógica pro mercado, esta senda es poco explicable con los argumentos escolares respecto de la falta de plan. Más bien, se trata, de una falacia simplificadora que engaña a gran parte de la sociedad con una abusiva deshonestidad intelectual y falseando a menudo la evidencia empírica.
Se nos ocurre, entonces, una primera conclusión: la palabra “plan” en boca de los economistas del establishment significa ajuste de corto plazo, para que los inversores puedan realizar rentas financieras (fuga de capitales), caída en los salarios reales, desmantelamiento del Estado bajando gastos y no subiendo impuestos. La justificación de esta exigencia es el remanido mantra jamás confirmado en Argentina (y en ningún país del mundo) de “primero ajuste, después crecimiento”.
Pero, nunca se habla de un verdadero Plan que favorezca un genuino crecimiento de una nación que derive en una mejora en la vida de sus habitantes. Esta definición de Plan implica una mirada estratégica y tiene antecedentes en casi todos los países desarrollados (a los que curiosamente los economistas ortodoxos denominan serios) incluyendo aquellos países en franco tránsito al desarrollo como los casos de Corea del Sur (6 planes quinquenales consecutivos) y la propia China (15 planes quinquenales consecutivos), pero además es uno de los recuerdos de nuestra historia que ha sido deliberadamente ocultado por los dueños oficiales de los relatos.
En efecto, la Argentina tuvo un Plan y fue sumamente exitoso: el Primer Plan Quinquenal de Perón de 1947-52. Se trató de una mirada estratégica que puso “patas para arriba” a nuestro país y que contempló claros objetivos económicos, de ordenamiento demográfico y ocupación territorial como nunca antes y después se tuvo. Analizando ese “plan” con objetividad y no con la parcialidad que lo denostó y condenó al olvido después de 1955, podemos advertir que existen muchas similitudes entre la propuesta de construcción de sistema industrial territorializado contenido en aquel plan quinquenal y varias experiencias de desarrollo que se dieron en la segunda mitad del siglo XX.
Argentina tuvo una trayectoria de crecimiento destacada desde fines del siglo XIX y con el peronismo desde 1945 en adelante además de crecer, el país logró una pauta distributiva acorde a una matriz industrial más diversificada. Por consiguiente, ese Plan fue potente a tal punto que permitió una senda de desarrollo sostenido gracias, a la masificación de la educación y de la capacidad tecnológica que de ahí surge, por ejemplo es a partir de ese plan que se concibe el rol clave de las instituciones, tales como los escuelas técnicas, la UTN, el fortalecimiento del Instituto Tecnológico (concebido como articulador territorial capaz de potenciar el proceso de innovación, junto a la industria y a los otros tantos organismos del Estado que intervienen en el complejo científico tecnológico y antecedente directo del actual INTI), el INTA, el CONICET, la CNEA, etc..
Asimismo, esta articulación se basaba en una estrategia motorizada por el Poder Ejecutivo (por ejemplo: la junta nacional de granos o el IAPI) y cuya estrategia matizaba un plan de inclusión social con una industrialización creciente. Este tipo de plan, orientado desde una fuerte estrategia ministerial que controla la política comercial e industrial (que serviría de ejemplo al MITI japonés creado en 1949 y sus seguidores posteriores del sudeste asiático) explica el crecimiento industrial sin precedentes que experimentó la Argentina y que muchos economistas anhelan de manera casi onanista, pero, negando, que es el fruto de un Plan de Desarrollo y no el fruto de la magia del mercado. Es decir, el Plan consistió en coordinar a todas las instituciones indispensables para crear un Sistema Nacional de Innovación, lo cual fue el corazón del modelo de desarrollo del sudeste asiático.
Tomemos el caso de Corea del Sur, un país donde el ingreso por persona pasó de ser 6 veces menor al argentino en 1960 a ser tres veces superior en 2019. Algunos argumentos para describir estas diferentes trayectorias a lo largo de estas seis décadas centralizan el éxito en la cuestión geopolítica financiera con un apoyo determinante de Estados Unidos después de la Segunda Guerra, lo que es absolutamente falso ya que lo único que se puede sostener fue que no fue obstaculizado su desarrollo pero no hay registro de que haya existido algo ni remotamente parecido a un Plan Marshal para reconstruir la economía destruida por décadas de dominación japonesa y una guerra civil posterior cuyo saldo en 1953 fue de más de 3,5 millones de muertos. Además, siguiendo con el caso coreano los argumentos pro mercado tropiezan al intentar explicar por qué su producto creció tanto en un período relativamente breve, orientándose hacia actividades de alto valor agregado a pesar de partir de una situación social catastrófica con un pueblo mayoritariamente analfabeto. Los coreanos, y en general el sudeste asiático, tuvieron Planes articulando la inversión en educación y en tecnología, lo cual hizo posible la construcción de corporaciones industriales. Esta solidez industrial explica por qué el sudeste asiático inicia primero una senda de crecimiento tan consistente que les permite avanzar e incluso recuperarse rápidamente de las crisis financieras tal como ocurrió por ejemplo después de 1997. En definitiva, la cuestión que explica el crecimiento es la existencia de una política industrial sostenida en el tiempo y con un plan claramente definido a partir de un Estado emprendedor y no de un mercado libre.
De esta forma podemos sacar una segunda conclusión: no existe el milagro del modelo “asiático”. Lo que explica el inicio de la trayectoria de crecimiento en estos países es la protección, la ingeniería reversa y luego el aprendizaje tecnológico, éxito que por lo tanto jamás podrá atribuirse al mercado, ni mucho menos a planes de ajuste sino la planificación estratégica a cargo del Estado y sostenida en el tiempo.
De manera sintética, se puede afirmar que la base de los planes de desarrollo industrial en países como Japón, Corea del Sur y otros países de Asia, en la segunda mitad del siglo XX, consistieron primero en proteger y luego aprovechar esa protección para desarrollarse y lograr un nivel de competitividad industrial que les permitiera competir en el capitalismo global.
Más aún es el mismo modelo que aplicaron Estados Unidos y Alemania para incentivar el despegue de sus industrias hacia finales del siglo XIX, estableciendo fuertes esquemas de protección en sectores clave como la industria química, metalmecánica, energía, armamentos, etc. lo que les permitió iniciar un camino largo de industrialización. Ambos países luego de superar sus guerras, tuvieron una similar estrategia industrial inspirados en Freidiric List, un empresario y catedrático alemán y estadounidense que dejó de ser partidario del laissez faire clásico para transformarse en un proteccionista / industrialista al ver como la libre competencia hacía sucumbir las utilidades de los industriales alemanes incluyendo las de su propia empresa. Esta evolución intelectual llevó a List a pensar los instrumentos de política necesarios para crear un sistema industrial. En efecto, el despegue de Alemania y EE.UU se asocia a la tesis listiana de la industria infante que otorga centralidad a las políticas comerciales con una aduana fuerte al mismo tiempo que se promocionan industrias con regímenes especiales.
Por lo tanto, es ilusorio alcanzar el estatus de país desarrollado / industrial sin haber contado en sus trazos iniciales con un plan donde se incluyen estrategias diferentes a las normalmente propuestas en un plan de ajuste integral, con mínimo estado y sin normas regulatorias y de promoción financiera y tecnológica sobre actividades industriales. Es decir, partiendo de la idea que la industrialización de un país es la condición necesaria y la línea de partida para lograr el desarrollo, debe encararse un rumbo que termine de una vez y para siempre con la gran ficción que relata la teoría tradicional neoclásica que domina los ámbitos académicos y políticos, que consiste en repetir una y otra vez que la mejor política industrial es que no haya política industrial.
En suma, ante la simplificación sofista de “hace falta un plan”, la respuesta es hace falta un Plan Quinquenal como el que hizo Perón seguramente adaptado -pero no mucho- a nuestros tiempos. Como vimos, eso es lo que hicieron los países serios.