El Gobierno en 2021: sin el FMI no se puede, con el FMI solo no alcanza. La economía al compás de la política fiscal y monetaria
El año que comienza será uno de tensión para la economía. La suerte argentina estará signada por tres hitos que se definen en 2021. El acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, la campaña y las elecciones legislativas en octubre.
Lograr un acuerdo con el FMI es clave para el gobierno por una variedad de motivos. En primer lugar, la Argentina debe repagar al Fondo entre fines de 2021 y 2023 US$ 44 mil millones correspondientes al programa Stand-by de 2018. El gobierno argentino no posee esos recursos y carece de acceso al mercado internacional de crédito. Incluso si lo tuviera no tendría el más mínimo sentido endeudarse para pagarle al FMI. A la vez, dejar de pagarle al Fondo no es una opción para la administración Fernández. El ministro de Economía declaró en una entrevista con Página 12 a fines de noviembre que defaultear la deuda con el FMI tendría un costo inmenso y que implicaría tornar a la Argentina en país paria.
En segundo lugar, el arreglo con el FMI es necesario para poder renegociar la deuda con el Club de París al cual hay que pagarle US$ 2.400 millones en abril de 2021. El acuerdo con el Fondo es una condición necesaria para reprogramar ese pago y evitar un nuevo default con el Club de París.
Finalmente, acordar con el Fondo es en teoría clave para evitar un resurgimiento de las tensiones cambiarias. Básicamente, la hipótesis es que superado el primer trimestre del año las divisas de la cosecha gruesa permitirían llegar hasta las elecciones legislativas sin nuevos sobresaltos cambiarios como los experimentados en septiembre y octubre de este año. El programa de Facilidades Ampliadas que busca el gobierno no solo despejaría los pagos de los próximos años, sino que al establecer un sendero de ordenamiento de las cuentas fiscales haría las veces de un sello de buena calidad de la política económica y permitiría así recobrar la confianza del sector privado.
Las recientes declaraciones de la vicepresidenta, la postergación del ajuste en las tarifas de servicios públicos y los cambios introducidos por el Congreso a la fórmula de actualización de las jubilaciones han sembrado dudas acerca de la voluntad del gobierno de realizar un mayor ajuste fiscal al comprometido por el presupuesto de 2021. Luego del “susto cambiario” de octubre pasado el gobierno a través de una serie de operaciones financieras y de señales de una mayor prudencia en materia fiscal logró forjar la actual pax cambiaria. Pasado el susto, la vocación de ordenar las cuentas públicas parece haber disminuido. La resistencia al ajuste no requiere de mayores explicaciones: cualquier oficialismo sabe que el que ajusta pierde.
Ello puede resultar un problema en la medida que podría demorar el arreglo con el FMI. Sin embargo, a pesar de la renuencia de la actual administración a la austeridad fiscal y a las reformas estructurales, el escenario más probable es que en algún momento de 2021 la Argentina y el Fondo acuerden un programa. La Argentina no puede darse el lujo de convertirse en un país paria y el FMI no querrá quedar nuevamente como el malo de la película y sumar un nuevo fracaso con la Argentina.
El acuerdo, como se ha señalado, permitiría postergar los pagos con el organismo y renegociar la deuda con el Club de París. La duda es si efectivamente cualquier arreglo con el Fondo servirá para reconstruir la confianza inversora. En este sentido, el programa con el FMI es condición necesaria, pero no suficiente. Parafraseando al presidente: “sin el acuerdo con el FMI no se puede. Con el acuerdo solo no alcanza”.
La cuestión central por ende no es tanto si habrá o no arreglo, sino más bien, qué tipo de acuerdo se terminará firmando y si el mismo logrará mejorar las expectativas. Que ello ocurra dependerá del contenido de la carta de intención firmada con el organismo. ¿Cuál sería el mayor riesgo para el Gobierno? Que el arreglo sea percibido como un ‘programa light’ que solo posterga pagos ¿Por qué ello sería un problema? Básicamente porque si ese fuera el caso posiblemente el impacto sobre las expectativas sería efímero y poco eficaz. Como sucedió con el acuerdo de reestructuración de la deuda con los acreedores privados concluido en septiembre.
A pesar del fuerte alivio obtenido en los pagos de deuda que el gobierno debe afrontar en los próximos años el riesgo país continúa operando en torno a los 1.400 puntos básicos. ¿Cuál parecería ser la lección? El arreglo con el Fondo Monetario puede ayudar a recobrar la confianza inversora y a revertir las expectativas. Pero la responsabilidad es fundamentalmente del Gobierno.
Martín Guzmán y un año de tensiones
El año que comienza será uno de tensión para la economía. El Gobierno se someterá a la opinión de los argentinos en octubre y para lograr el mejor resultado buscará evitar cualquier movimiento brusco en las variables más sensibles al humor social como el dólar, las tarifas, la inflación y el empleo. El Gobierno confía en que tiene herramientas y espalda para lograrlo. Cepo, menos ajuste y regulaciones.
Pero al mismo tiempo, el Ministerio de Economía buscará abrochar un acuerdo con el FMI para patear los vencimientos que, de lo contrario, debería gatillar en 2021: US$ 2.188 millones al Club de París en mayo y dos cuotas al FMI de US$ 1.868 cada una en septiembre y diciembre. Se pueden no pagar, pero para ello hay que hacer algunas concesiones. El problema es que muchas de ellas van en detrimento de pisar el dólar, la inflación y regular el mercado laboral. Argentina busca firmar un acuerdo de Facilidades Extendidas. Este tipo de programas suponen reformas de fondo.
En medio de este cronograma de pagos y negociaciones, las agendas de Fernández y Martín Guzmán enfrentarán desafíos políticos. Alcanzar equilibrios y consensos hacia dentro del Frente de Todos. Pero también con Washington. Janet Yellen se tomará unos meses hasta designar al encargado del Tesoro para seguir la agenda de la región. Como observa el economista Oscar Cetrángolo, 2021 será el primer año en que la economía volvería quedar bajo el monitoreo del FMI. No sucede desde 2019.
Funcionarios del Gobierno admiten que Cristina Kirchner confía más en las ideas y propuestas de Guzmán que de Miguel Pesce. El presidente del Banco Central ha sido criticado dentro del oficialismo por los dos fogonazos de la brecha cambiaria el año pasado, dos episodios que podrían provocar un traspié electoral: en abril cuando pasó de 30% a 60% y luego en octubre cuando llegó a 130%.
A Guzmán el ala más dura del Gobierno le achaca que lo han visto propenso a los planteos del FMI. El año pasado el ministro y la Jefatura de Gabinete habían acordado una meta de déficit fiscal de 2% del PBI para este año pero el Instituto Patria bochó la propuesta y quedó en 4,5%. En las últimas semanas hubo ejemplos que muestran a la Rosada anunciando descongelamiento de prepagas y tarifas y a último momento dando marcha atrás con las medidas.
Las tensiones entre el ala política y económica del Gobierno podrían atemperarse con las noticias externas. La soja para marzo supera los US$ 483, más que en todos los años de Néstor Kirchner.
¿Será 2021 el año de un giro del Gobierno? ¿Sería antes o después de octubre?
En la Historia hay ejemplos de ambos. Menem activó la estabilización en la previa de la elección de 1991. Cristina Kirchner, después de perder las legislativas de 2009, activó enseguida una negociación con el FMI (cuando designó a Amado Boudou como ministro). La hoja de ruta consistió en completar el canje de 2005, arreglar los juicios del Ciadi y hacer un artículo IV con el FMI. Boudou cerró el acuerdo con los bonistas y el riesgo país bajó. La agenda se truncó porque Kirchner jamás quiso recibir una misión del FMI pero la economía creció al 10% anual en 2011.
¿Si Cristina Kirchner intentó aquel giro y no pudo, por qué podría hacerlo ahora Alberto Fernández? Una figura del kirchnerismo da esta explicación. “El Presidente y Guzmán creen que el FMI los ayudará pero no se dan cuenta que hicieron el canje y los bonos que valían 50 ahora valen 35. Ni a Cristina le pasó eso en 2010. El mercado juega en contra de Guzmán”. Y probablemente esta sea otra tensión que se vea en 2021: Guzmán versus el mercado.
El ministro lo sabe y por eso habría negociaciones -el Gobierno lo negará- para fijar un déficit menor al 4,5% del PBI. “Es probable que 3% del PIB sea el número de déficit de este año que se incluya en el programa con el FMI, quizás con algún ajustador como ocurrió el programa anterior, esta vez sujeto a la dinámica del Covid-19”, dice la consultora Eco Go.
La economía al compás de la política fiscal y monetaria
La suerte argentina estará signada por tres hitos que se definen en 2021. El acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, la campaña y las elecciones legislativas en octubre. Esta secuencia de eventos se inserta en una economía desordenada, carente de confianza, que se ubica en un umbral de deterioro social nunca antes visto. La coalición de gobierno deberá encontrar un equilibrio sobre un filo de navaja con muchos más compromisos que recursos para enfrentarnos.
El primer año de gestión oficial deja poco margen para el optimismo. El gobierno no encontró un balance adecuado para los costos de la pandemia; en salud los resultados fueron tan mediocres como en el frente económico. Tampoco capitalizó la ventana de oportunidad que generó el exitoso acuerdo con los acreedores privados. Por el contrario, se avanzó por un camino equivocado, profundizando el cepo al dólar hasta niveles que ni el propio Guillermo Moreno se animó a alcanzar. El costo de estos errores fue altísimo. El previsible salto del dólar disparó la inflación que ya se ubica en el entorno del 4% mensual y las restricciones para la firmas frenaron en seco la disponibilidad de crédito externo. Volvemos a vivir de lo nuestro. Con casi 2 millones de nuevos desocupados y la pobreza golpeando a casi uno de cada dos argentinos, llegó el pedido de reacción dentro de la propia coalición de gobierno.
Es simple, el pánico disciplina. No hay margen para otro retroceso en el frente social producto de un salto de tipo de cambio ya que esto derivaría en una nueva aceleración inflacionaria. El complejo cuadro social de 2002 se produjo después de la devaluación, no antes. Además, el ajuste que hay que hacer para evitar el salto del tipo de cambio es menor y más administrable que el que habría que hacer luego de devaluar.
En otros términos, es mejor corregir con una inflación 40% anual que con una de 80%.
Es por eso que el Ministro de Economía tuvo que volver sobre los propios pasos del gobierno. Pero el daño ya estaba hecho, ahora el desafío es convencer a la sociedad que es posible evitar la devaluación. Ni más ni menos.
El acuerdo con el Fondo Monetario Internacional precisamente deberá balizar el camino hacia la normalización. No hay crecimiento posible sin estabilidad. Los inversores financieros se ilusionan con un corset de tal magnitud que genere un cambio en las expectativas. No hay espacio para tanto. Lo cierto es que el gobierno deberá explicar cómo piensa acumular reservas internacionales para afrontar los compromisos tanto con el organismo financiero como con los acreedores privados sin emitir nueva deuda y sin devaluar. Lógicamente esto es imposible con la brecha entre el tipo de cambio oficial y los paralelos en los niveles actuales (en torno de 60%). Entre 2011 y 2015 aún con un brecha que en promedio fue mucho más baja (40%) que la actual el Banco Central sólo perdió reservas. No hay incentivos a exportar si se tiene que liquidar a un tipo de cambio que se percibe como bajo y por el contrario los importadores hacen abuso de su privilegio de acceder a un dólar bajo. La unificación cambiaria via suba del tipo de cambio, si bien permite alinear estos incentivos en el frente externo, generaría un golpe social imposible de administrar con un desenlace político incierto.
Es por eso que las circunstancias obligan a un planteo maduro de la política fiscal y monetaria. No hay margen para más equivocaciones. El veranito de estabilidad en el tipo de cambio que se logró a partir del empoderamiento del Ministro de Economía tiene que ser reforzado con un coordinación sin fisuras. No alcanza con tender al equilibrio fiscal si la política monetaria no genera los incentivos para que los argentinos puedan confiar mínimamente en el Peso. La credibilidad deberá ser recuperada a partir de un sobrecumplimiento de metas finamente calibradas. Tampoco alcanza con balizar el rumbo cuando la propia credibilidad del equipo económico fue devaluada; serán necesarios resultados concretos.
En este sentido se inscribe el reciente cambio en la fórmula de movilidad jubilatoria que al excluir la inflación en el ajuste habilita el camino para licuar el gasto previsional y, al mismo tiempo, reducir el déficit fiscal junto con la inflación. Una ofrenda difícil de digerir para un gobierno que se percibe a sí mismo como progresista.
Aún así el mercado se mostrará escéptico. El acuerdo con el FMI será percibido como un conjunto de buenas intenciones hasta que se sobrecumplan las metas. No habrá crédito para este gobierno.
Luego del acuerdo vendrá la campaña electoral. Con un recuperación económica imperceptible, desempleo en niveles muy elevados y los salarios corriendo detrás de la inflación no habrá logros de gestión tangibles a ponderar. No casualmente el gobierno trata de instalar la “pandemia macrista” a pesar de que los indicadores sociales de la administración anterior son mejores que los actuales. Tal vez la ya obvia estrategia de posponer los ajustes en las tarifas de los servicios públicos o atrasar marginalmente el tipo de cambio permita generar algún acercamiento a la vapuleada clase media.
Las elecciones de medio término no definen la suerte del gobierno pero pueden generar un cambio en el clima de época que aun no se percibe. En 2013 la victoria de Sergio Massa en las elecciones legislativas fue el punto de inflexión que puso a la Argentina en el radar de los inversores. Fue el inicio de un nuevo ciclo de la ilusión que alcanzó su clímax a fines de 2017. Un año más tarde comenzó el desencanto que se aceleró en las PASO de 2019 y se profundizó luego de desperdiciar la oportunidad que generó el canje de la deuda. El impuesto a las grandes fortunas no hizo más que profundizar un proceso que se había iniciado mucho antes.
El modelo de negocios actual parece generar espacio sólo para el capital nacional que tiene otra tolerancia al riesgo y mayor cintura para la gestión en entornos complejos dónde el margen para la discrecionalidad luce elevado. En un mundo que vuelve a tener tasas cero y disponibilidad de financiamiento la Argentina se cierra en un modelo incomprensible para el capital y el crédito internacional. En el espacio que dejan las multinacionales que se van habrá más libertades para el capital de riesgo nacional. Es dificil pensar en una ochentización de la estructura económica en un mundo cada vez más integrado. No casualmente la deuda argentina rinde 16% cuando Brasil o México devengan menos de 3%. Las finanzas y el clima de negocios encuentran un denominador común en la falta de confianza en la capacidad argentina para transformar esta realidad.
El 2021 será una nueva procesión a tierras desconocidas por feligreses sin fe ni esperanza. La coalición de gobierno deberá convencer a la sociedad de que está a la altura de las circunstancias sin más activos para exhibir que el reconocimiento de que cualquier error lo puede eyectar de la disputa por el poder. No es tiempo para ansiosos, porque la Argentina nuevamente va a hacer camino al anda