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 El Cronista

La política reclama un cortoplacismo que Guzmán no tiene cómo atender

En el mundo de la política, la palabra empoderar no tiene el mismo alcance que en una empresa. No es un acto que se completa en la decisión primaria de darle más vuelo a un funcionario o dirigente político. En el fondo, se parece más a una transfusión de poder del donante hacia el empoderado. Y para que sea efectiva, depende de cuánta sangre tenga para dar quien la realiza.

Alberto Fernández amplió el radio de acción de su ministro de Economía. Lo empoderó, como señalan sus colaboradores. Pero su fuente de poder hoy esta desgastada por las desavenencias públicas que mantiene con el kirchnerismo. Por eso muchos inversores y analistas dudan del alcance que puede tener el renovado protagonismo de Guzmán.

El titular de Economía tiene por delante objetivos más definidos y precisos que hace seis meses. El acuerdo con el FMI, cuestionado por su poca profundidad, se transformó en el programa que tanto le reclamaron empresarios y economistas. El ministro sostiene que la primera revisión no va a ser un problema, pero sobre el resto del año el cumplimiento no está tan claro. Sobre todo porque proyectar lo conseguido hasta ahora genera más pesimismo que optimismo.

La economía tiene por delante decisiones difíciles, ya que para que el gasto público esté alineado con el financiamiento posible (el que aportan el BCRA, el mercado y la recaudación) algo habrá que ajustar. O algún ingreso -como la propuesta de gravar la renta inesperada- deberá subir. Y eso depende de la transfusión de poder que reciba Guzmán de parte del Presidente, así como de los pasos que le permita dar el resto de la política. Porque conseguir que le firmen la suba de tarifas o un DNU para gestionar hoy son objetivos rodeados de incertidumbre.

Alberto Fernández tiene un dilema. A medida que se acerca el tiempo electoral, la demanda de la política apunta a soluciones de corto plazo. Y ninguno de los problemas que tiene su gobierno se resuelve a corto plazo. No hay recetas para bajar la inflación en tres meses, ni para subir las reservas o decretar un bono para los asalariados como el prometido por el Estado.

La economía no depende exclusivamente de las decisiones de un gobierno. Su destino también promedia las decisiones colectivas que ejecuta el sector privado. Además de compartir el rumbo, hay que tener cierto consenso sobre cuánto tiempo demorará llegar a esos objetivos. Hoy, ese sendero está completamente desdibujado. Las expectativas están descalibradas y la apuesta de las empresas pasa más por sostener la estantería hasta el 2023 que por encontrar un camino de normalización.

La pulseada hoy es entre el cortoplacismo de la política y la necesidad del Presidente de sostener a Guzmán como principal ejecutor de sus recetas. Alberto sabe que si juega con una camiseta prestada, perderá el control del partido.